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viernes, 28 de abril de 2017

REFLEXIONES DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE

Por Tito Zegarra Marín
Creo que la naturaleza y el hombre se han confabulado para generar una de las catástrofes más severas de las últimas décadas. La naturaleza con su fuerza y elementos inmanejables, arremetió sin piedad y sin dar tregua para evitarlo, y el hombre (sociedad, Estado e instituciones), muy poco hicieron para prevenirlo y librarse de sus consecuencias.

Bien sabemos que los ríos y quebradas, tarde o temprano se colman de agua y se desbordan arrasando viviendas, sembríos, carreteras, puentes e inundando poblaciones. Lo sabe el Estado y sus dependencias, pero también lo saben las familias instaladas en sus riberas indefensas y espacios cercanos. En el presente caso, ningunos lo tuvieron en cuenta y de allí, los lamentables resultados.

Sin embargo, vale precisar algunas cosas. La mayoría de esas familias que con sus hijos en brazos han perdido todo o casi todo, son gente venida de las comunidades andinas o salida de la densidad de los sectores urbanos, gente que vio que sus espacios se achicaban, su familia se incrementaba, las necesidades apremiaban y les urgía tener un techo propio.

También son familias que se metieron al valle, la chacra y los arenales para hacerla producir y ganar el pan de cada día, o dedicadas a los pequeños negocios, al transporte local y a trabajos informales, gente trabajadora y emprendedora que, como las anteriores, fueron empujadas a vivir allí, esperanzadas en tener algo mejor para los suyos.

Pero tales familias han ido a ocupar esos lugares no porque son temerarias, obstinadas o provocadoras. Han ido, por necesidad y porque su situación socioeconómica les exigía:  gente pobre, mínima educación, sin hogar estable y llenas de hijos, A ellas, aun sabiendo de esos riesgos, les ha castigado la furia de la naturaleza y el Estado, que nada hizo para prevenirlo. En el Tahuantinsuyo, hace 500 años, esos riesgos hidráulicos fueron sabiamente regulados y controlados.

La solidaridad de muchísima gente ha sido grande. Sin embargo, desagrada las justificaciones que predican voceros evangélicos. Dicen: es una prueba divina ante la cual solo nos queda resignarnos ya que el disfrute celestial llegará pronto. Son tiempos de dolor y más dolor vendrá y hay que soportarlo para salvarnos. O aquellas barbaridades de un regidor y un congresista cuando afirman que lo sucedido es un castigo divino por incluir temas de sexo e ideología de género en el currículum educativo.


Al margen de estos despropósitos, sería lindo y justo que el Señor que todo lo puede, de la mano de verdad  aquí en la tierra a esa gente que sufre, que es la misma por la que murió Jesús.

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