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lunes, 12 de septiembre de 2011

Cuento: OSO



Por Juan C. Silva Escalante.
La suave llovizna mañanera caía sobre la pequeña cabaña donde vivían los personajes de esta historia, propietarios de la finca que se extendía más allá del Marañón. Aunque el calor era sofocante, ese día podía percibirse el delicioso aroma que desprendía la tupida vegetación cercana al lugar. La jungla insospechable.

Junto a la casa, aves de corral y un apacible perro se paseaban tranquilamente. A un costado, un cristalino arroyo bajaba de lo alto y desembocada en el gran río.

La tranquilidad reinante hasta entonces se vio interrumpida por los gritos angustiados de una mujer de mediana estatura, trigueña y caminar ligero.

¡Lucas... Lucas!

Que pasa contestó el hombre que apareció por la rústica puerta que daba al interior de la casita.

Era alto y fuerte y aunque ya bordeaba los 50, dejaba notar el temple de aquellos hombres que se han forjado al amparo de la selva marañónica; enfrentando sus peligros y al mismo tiempo, disfrutando la maravilla de la naturaleza cuando es pródiga con ellos.

¡La vaca negra no hay! ... ¡sólo, está su becerrito! - explicó Juliana, que así se llamaba la mujer. Lucas, no esperó más y sin decir una sola palabra se dirigió decididamente al fondo de la cabaña. Ahí, tomó de un viejo armario una de las tres escopetas que colgaban siempre cargadas y se ciñó un enorme y filoso machete... Luego salió.

La mujer al verlo dirigirse hacia lo alto de la cañada temió por su marido pero no dijo nada. Luego de unos minutos, Lucas había llegado a una explanada donde se encontraba su ganado. Desde lo alto de una suave colina observó detenidamente. Parecía hacer memoria y contar.

Luego, un rictus de coraje y pena se marcó en su rostro. Caminó, a paso ligero, tratando de encontrar una señal que lo haría encontrar a su vaca perdida, pero no halló nada. Había transcurrido medio día y desconsolado se disponía a retornar, cuando algo llamó su atención. En lo alto, sobre unas peñas, un grupo de gallinazos, revoloteaban con su típico vuelo de muerte.

- ¡Jijuna! - gritó - ¡debe haberse despeñado! - y corrió hacia el lugar, bajando con dificultad hasta el fondo de un barranco en donde la vegetación era cada vez más tupida.

El cuadro que encontró fue horripilante. Una vaca yacía despanzurrada, semidestrozada con gran parte de sus vísceras esparcidas entre las piedras y los montes y varios gallinazos continuaban su macabro festín.

Tratando de reponerse, miró el suelo con cuidado y descubrió algo que lo hizo enfurecer y exclamar:

- ¡Oso! ... ¡Son huellas de oso! ... ¡Maldito, te voy a encontrar! Empuñó fuertemente el arma y luego de verificar su carga, se dispuso a seguir las huellas que se dirigían a un monte cercano. El trayecto era harto difícil, todo tipo de ramas y espinas dificultaban la tarea de Lucas, pero la cólera lo hacía continuar sin desmayo.

De pronto, al llegar a un pequeño claro, lo vio. Era enorme y estaba medio adormilado sobre una gruesa rama de un árbol, sus manazas colgaban perezosamente al haber tomado una postura en la que el tronco lo sostenía por media panza, dejando ver sus grandes garras que, ensangrentadas aún, se mostraban amenazantes.

El, se había detenido a unos diez metros y procurando no ser visto, tomó mejor ubicación, parapetándose detrás de unos pequeños arbustos.

- ¡Así te quería encontrar! - masculló con odio - ¡Ahora vas a ver la cara de alguien que sí puede defenderse - Carajo!

Acto seguido, se llevó la escopeta a la cara y... ¡BRRAAMMM! Descargó un disparo.

La bestia se estremeció al sentir el impacto y cayó pesadamente. Se retorcía en el suelo y parecía estar muriendo.

El hombre dejó su escopeta y tomando su machete, se acercó cautelosamente para tratar de rematarlo con un golpe en la nuca. Sin embargo, un rápido reflejo de su cuerpo en tensión lo salvó de una muerte segura. El oso al sentirlo cerca, había levantado el brazo, en un neto ataque hacia él.

Lucas trató de ponerse a salvo pero ya el animal lo había alcanzado. Sintió que sus colmillos se hundían en su hombro y las garras le destrozaban la cintura.

Entonces ocurre algo extraño. El oso dejó su presa en libertad y rugiendo de furia y dolor emprendió la retirada. Lucas trató de coger el arma pero no pudo; sintió que la vista se le nublaba y se desplomó.

La tarde caía y la mujer estaba nerviosa. En eso, el cuerpo se le paralizó al ver un oso sangrando que furioso se acercaba a ella.

Su primera reacción fue correr hacia la pequeña vivienda y trancar la puerta. Afuera, se oía como la fiera destrozada todo lo que encontraba. Y fue aquellos lo que transformó a Juliana.
Tomando otra de las escopetas que había en el armario, salió por la puerta trasera de la casa y dando un rodeo, se encontró a menos de dos metros del furioso animal. Apuntó apenas y disparó dos veces. Un proyectil alcanzó al oso en el vientre y el otro en plena cara. No resistió y se derrumbó muerto instantáneamente.

Más tarde, Juliana encontró a su marido, desmayado y sangrante en la cañada y lo transportó a su cabaña en donde días después se recuperaba milagrosamente, dado su formidable estado físico.

Afuera, en una cuerda, gran cantidad de cecinas de oso se oreaban al viento.

De la revista El Labrar, 1998.

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