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viernes, 26 de noviembre de 2010

Remembranza: Viejo Molino


Escribe: Mazarino Bazán Zegarra

El agradable son de una música antañona, que ha rondado por mi mente todo el día, y la relectura de un poema mío, inconcluso, dedicado a ti, me hacen recordarte en mi calidad de uno de los mayores beneficiarios de tus dones, que mi gratitud viene pagando por cuotas diferidas, sin saber cuándo dejaré de ser tu deudor. Estás fuertemente apegado a mí, tal vez por el paralelismo especial de tu vida y la mía, somos paisanos, o porque fuiste tributario de mi modo de ser, un poco querendón, melancólico y aferrado a la tradición, donde siempre te encuentro.

Te forjó la tía Eusebia en un arrebato de sus sueños visionarios, dotándote de la fuerza de los titanes, arrancada de las cumbres de Uñigán, y encauzada cual torrente impetuoso para mover tus entrañas circulares, a fin de que, crujiente y rezongón, pongas en marcha su industria, triturando el grano limpio, alimento de tus coterráneos; y sin proponérselo quizás, quien te dio ese soplo vital, para que sirvas de templo votivo de tanta esperanza juvenil que en tus aguas residuales refrescó sus inquietudes y aprendió aquel dicho filosófico, verdad latente de progreso y a la vez de desencanto, «Nadie se baña dos veces en el mismo río...»

Me han dicho que hasta ahora sigues allí, enclavado en la parte más hermosa de la campiña de Sucre, rodeado por el cerro amarillo de las moras, que te protege de los temporales, conservando tu porte señoril de adulto. Llegábamos a ti franqueando la reja de maderos paralelos de no sé quién vadeando el río sin puente de la heredad y por un caminito agreste que nuestras pisadas irreverentes habían abierto a la mala, estropeando el cultivo inocente de nuestros abuelos, a compartir contigo la fragancia de tus flores compañeras, la humedad de tus orillas, el aire vivificante de tu cielo y el aroma sin par de grano molido que esparcías orgulloso y te ubicó, por así decirlo, en el núcleo de nuestras remembranzas.

Sin embargo, nuestros diálogos quedaron suspensos. No podían terminar pues éramos niños nosotros y por consiguiente pocos los temas intercambiables e inmaduros los juicios a pesar de ser muchas las vivencias. Recién ahora, pasados los años, cuando la experiencias nos han hecho tocar tantas puertas de este diario vivir, con todos su matiz de ilusiones y desengaños, te puedo decir que ni tú ni yo somos ya los mismos, porque la vida nos quita o nos regala, en este juego de toma y daca permanente, cosas que de buena gana no aceptaríamos, digamos, los musgos roedores de tus ruedas y la rigidez de mis huesos, que nos han tornado regañones; la curvatura de mis espaldas y el arqueo de tu techo que dejan al descubierto nuestra adultez; el gris de mis cabellos y las telarañas de tus tejas que nos van poniendo en el umbral del más allá; la suplantación inconsulta de tu poza de agua pura por un tosco relleno de arena y el brusco despertar de mis sueños frente a la cruda realidad, que es indicio de irnos alejando cada vez más de la lozanía, vivero de esos atributos.

Ahora sí, Viejo Molino, tú que vives de las aguas, frente a lo que te digo, dime tú si no será cierta la frase acuñada por los filósofos que te mencioné antes: «nadie se baña dos veces en el mismo río», Me dicen que pertenece a Heráclito, maestro del devenir, quien dijo «todo cambia; nada permanece». Sea de ello lo que fuere. Pero, es frase de desconsuelo, porque ¿Quien no quiere permanecer? Que nuestros corazones, que te abrieron sus puertas de par en par, latan como ayer, sin esa ataduras con que los cubre la complejidad de la medicina; que nuestros ojos, que percibieron tus encantos, te miren siempre diáfanos sin auxilios extraños; y en fin sea el mismo ropaje ligero, en lugar del barroco de hoy, con que acudíamos a tu encuentro, alborozados, a comulgar contigo la hostia consagrada de nuestra amistad.

Seguimos, no obstante, viejo amigo, atados a los dictados del tiempo, que es el mayor tirano. Entonces, tiempo es igual que adversidad ¿no lo crees? En estas especulaciones estaba cuando el magín me pone delante las figuras de dos personas muy gratas: la de mi tío paterno don Isauro Bazán Merino que expresaba su pesimismo cantando, «al tiempo le pido tiempo// y el tiempo, tiempo me da// y el mismo tiempo me dice// que él me desengañará»//,y la de Oscar Miró Quesada de la Guerra, orgullo nacional del análisis científico, que divulgaba por aquellos años la teoría einsteniana del espacio, a la velocidad y el tiempo y sus relaciones matemáticas, relatándonos su lado optimista a través de los dos amigos de la misma edad que preparan su viaje a las estrellas, pero sólo uno partió en la nave espacial, el otro se quedó en tierra. Al retorno del viaje sideral, se volvieron a encontrar aquí: el viajero estaba mucho más joven que el que se quedó.

No sé que habrá de cierto en todo esto. Sólo quiero que sepas que lo que hoy escribo no hace sino traducir mi afán por tu permanencia física, en el mismo sitio de tu tierra natal, para bien de su tradición.

Aquí te dejo, viejo amigo, con la esperanza de volveremos a ver. Resulta tan grato.

Revista El Labrador, mayo 1998.

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